Qué bien llegar a casa del puente, dejar el equipaje, visitar el baño -por fin- y quitarse la careta. La careta del amigo estupendo, de la persona razonable que fingimos ser ante los otros. Si supieran lo frío, lo egoísta, lo mal pensado que soy de cabeza para adentro, se quedarían de una pieza. ¿Querrían seguir siendo amigos de esta persona implacable, sin sentimientos, inconmovible, destructiva? No, claro. Quieren ser amigos a toda costa de esa especie de parque temático de buenos sentimientos y posturas razonables, sentimentales y tópicas que llevo creando desde los dieciocho. Una prueba más de que las mentiras tienen mucho más éxito que la verdad.
Tuesday, May 02, 2006
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