Sunday, April 16, 2006

Hoy he estado follando en el Charco La Pava. Había muchos tíos merodeando, intentando comer -o dar de comer- carne. Y yo he comido. Y de la buena. Primero con un tío alto. Nos hemos metido en el follaje -nunca mejor dicho- y allí se la he comido primero y luego me he dado la vuelta y me ha follado. Hubo un momento, al principio, en que sentí que me hacía algo de daño. Se lo dije, y él me respondió ¿No querías polla, maricón? Pues a aguantarte. ¡Toma! Y embestió hasta el fondo. Eso me ha dado morbo. Los modales rudos me excitan. Nunca he probado una relación de dominación, pero me atrae ser el sumiso de un amo bien morboso. El tío alto acabó, se enfundó el rabo en unos calzoncillos bastante horteras y se largó. Yo, de vuelta hacia el coche, me tropecé con dos tíos en plena acción. Uno se follaba al otro, y buscaban un tercero. Me acerqué: es una fantasía que me viene de las pelis porno. El follado me comió el rabo mientras le daban bien. Luego el follador empezó a cogerme el culo y a meterme los dedos dentro. Así me corrí.
Y todo esto mientras Jesucristo ascendía a los cielos del fervor popular. Desde un coche cercano se oía música de Semana Santa. Esa idea me gustó: hundirme en una espiral de sexo y morbo justo en la ciudad más beata y en el momento más místico: la resurrección.

Sunday, April 02, 2006

Hoy me he cruzado por la calle con L. Yo lo he mirado y él me ha mirado. Los dos íbamos acompañados, así que hemos tenido que disimular, pero en sus ojos había una luz sucia, cómplice y juguetona. Supongo que en los míos también. Nos conocimos hace un par de meses en el chat de chueca, quedamos a los pocos días y al principio, nada más verlo, me desilusioné: veintimuchos, muy delgado. Demasiado delgado. Lo recogí con mi coche y nos fuimos a un descampado. Allí me enseñó sus habilidades, que no eran pocas. Su manera de follar era entregada, hábil y muy placentera. Su manera de meterla hasta el fondo y de buscar el placer del otro al mismo tiempo indica que no era egoísta. Fue alucinante. Mientras recuperábamos el aliento, en el asiento trasero de mi coche, me contó que tenía novio lejos. Yo le dije que también. Qué malos son los kilómetros, me dijo. Yo asentí. "Qué mala es la castidad impuesta", pensé.