Es curioso cómo acabamos interpretando un papel que no elegimos. Y si les contamos a los demás quiénes somos de verdad, nadie nos creerá. Creerán que estamos de broma, o actuando. Por ejemplo: a mí me tienen todos por reflexivo, por tío romántico, fiel hasta la extenuación, por poco sexual o poco morboso. Cuando digo a diestra y siniestra, a quien me quiera oír, que jamás en mi vida he reflexionado sobre nada, que lo que yo hago es imaginar, todos esbozan una sonrisa. ¿Me ven como un Kant que juega a ser frívolo, a no haber pensado la Crítica de la razón pura? Y lo repito, lo afirmo con la mirada seria, pero no sirve de nada. Nadie me librará del castigo de ser el tío sensible, atormentadamente callado, reflexivo, cultísimo, que los demás quieren ver en mí a toda costa. No sé por qué se empeñan en verme así. ¿Qué ganan con eso?
Si me vieran follar con otros por ahí se quedarían en el sitio. Si supieran los juegos que me gustan, las cosas que sé hacer con una polla ajena ¿lo creerían? ¿O se convencerían de que no lo han visto con sus ojos, o de que en realidad era una interpretación que tenía la única finalidad de escandalizarlos, y, por tanto, nada real?
Somos presos de lo que pensamos. De los otros, de lo otro.
Si me vieran follar con otros por ahí se quedarían en el sitio. Si supieran los juegos que me gustan, las cosas que sé hacer con una polla ajena ¿lo creerían? ¿O se convencerían de que no lo han visto con sus ojos, o de que en realidad era una interpretación que tenía la única finalidad de escandalizarlos, y, por tanto, nada real?
Somos presos de lo que pensamos. De los otros, de lo otro.
